Lunes 24 de noviembre, 2003. San José, Costa Rica.



Doña Rosibel, de espaldas, y sus tres hijos reciben ayuda de los voluntarios de la Fundación Vida. Con ellos, Marlone Ávila, de la Fundación Vida. Erick CÓRDOBA/Al Día

Buscando una esperanza

Mónica UMAÑA D. / Al Día

“Estos últimos cinco meses hemos vivido una situación difícil... tenemos para el café de la mañana, pero no sabemos si vamos a tener para el almuerzo”.

Con esta frase, doña Rosibel me metió en su realidad. La que vive junto a su esposo y tres hijos desde hace cuatro navidades.

Vecinos de Coronado, esta familia tiene que acomodarse cada noche en un cuarto que les presta un familiar; y solo tienen dos camas para acostar los sueños.

Hace cinco años, la vida de esta familia dio un vuelco. Cuando Rosibel estaba embarazada de su tercer hijo, Fernando, supo que su esposo le había transmitido el virus del sida, y ella se lo transmitió al bebé que llevaba en su vientre.

Desde entonces, su esposo no ha tenido trabajo estable y actualmente tiene cinco meses buscando una oportunidad laboral.

Mientras tanto, el pequeño Fernando sufre vómitos, infecciones en los oídos, y las glándulas. Además, requiere de una dieta especial, toma leche Nido crecimiento que cuesta ¢4 mil cada tarro y sus padres no tienen dinero para comprarla.

“Uno se siente frustrado... hace 15 días sentíamos que mejor nos desaparecíamos. La sociedad siempre nos rechaza y uno piensa en los hijos”, dice la madre, aguantando las lágrimas para que Fernando no la vea llorar.

Doña Rosibel no escapa de los síntomas de la enfermedad: padece alergias constantes, diarreas y vómitos, y le acaban de descubrir un quiste en el cerebro.

Actualmente no cuentan con el apoyo de ninguna de las familias, y el rechazo se agravó cuando se enteraron de la enfermedad que padecen.

“Lo que más duele es que uno no puede contar ni con la familia. ¿Qué van a hacer mis hijos el día de mañana?. Estamos muy deprimidos, me siento cansada. Hay momentos donde uno quiere dejarse vencer”.

Jordan, Remy y sus otros tres hermanos desean bicicletas para Navidad. Además, necesitan ropa, zapatos y comida, pues doña Elsa –la mamá– se queda sin su trabajo de cocinera escolar en cuanto terminan las clases. Además, la casa necesita muchos arreglos y solo tienen tres camas para todos los habitantes, por lo que duermen en grupos. Si usted desea colaborar con la familia Villalobos ScaylleWeitch, comuníquese al 2474657, con Jéssica Montero.
Techo para Navidad

Cuando le pregunto por su sueño para esta Navidad, su voz tiembla con emoción y responde sinceramente: “Una casa para mis hijos. Ellos han tenido que soportar problemas donde vivimos y maltratos verbales”.

El menor de la casa sabe que donde vive no es bien recibido. Por eso, repite las palabras de su madre y con vergüenza infantil repite: “Quiero una casa”.

Le insisto para que me responda algo más acorde con su edad, tal vez una bola, un carro o una bici; y él asiente con su cabeza a todas mis propuestas. Para mi sorpresa, se anima a dejar el sonrojo de lado y agrega: “Quiero a Bob el constructor”.

María José (10 años) está por terminar el cuarto grado y es la más risueña de todos. Entre miradas de desconfianza, afirma que una casa es lo que más quiere esta Navidad. Insisto para que pida algo para ella, y se inclina por una guitarra y una computadora.

Rosibel (7 años) comparte el sueño de su familia de tener una casa propia, y contrario a lo que muchas niñas de su edad pedirían, ella añora una cocina de verdad. Y enfática repite “que sea de verdad”.

Ante mi insistencia cede y acepta que también le gustaría un “play station”.

Es comprensible, no están acostumbrados a pedir regalos para Navidad y por eso les cuesta imaginarse juguetes debajo de un árbol iluminado. Más bien, sueñan con salir de la casa donde viven y dejar de escuchar frases hirientes.

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